Ni sé porque me detuve. Quizás porque no
tenía a dónde ir, quizás porque daba lo mismo avanzar que detenerse. El tiempo
nunca mira hacia atrás, pero mi tiempo sí que ha estado detenido… no tenía
sentido caminar hacia ningún lugar. Me quedé en aquella esquina de los Palos
Grandes, con bolso en mano, observando. Autos, personas, nubes, gatos, daba
igual. Todos iban a algún lugar, todos estaban decididos a dónde ir; yo no.
Finalmente, por la misma inercia que
todos padecían, mis pies me guían y camino hacia la plaza. Ahí no había nada ni
nadie que fuese a llamar mi atención, pero igual fui. Mientras caminaba en ese
estado zombieístico pensaba en la
decisión de qué hacer con mi vida. Descubrí por qué me costaba tanto decidir:
por el temor a morir. Trazarse un camino a seguir es trazar un camino seguro a
la muerte. Sí, no tiene sentido pensar de esa manera mas no podía evitarlo. Si
decía que quería hacer tal trabajo por el resto de mi vida, era eso mismo, el
resto. La bajada, la caída, el destino final. El resto de mi vida. La muerte.
Miedo, la verdad, es lo que me generaba tomar una decisión de vida. Pero tenía
que hacerlo, es estúpido dejar de vivir por miedo a morir.
Al llegar, pasee lentamente por la plaza.
Un grupo de ancianas sentadas reían a un lado, patineteros patinaban en
patinetas, familias disfrutaban de la tarde mientras saboreaban helados.
Imaginaba que estaba en una película o en un libro, narrando mis sentimientos
mientras describía lo que observaba, anhelando que algo interesante sucediera
para darle sentido a la historia que en mi cabeza contaba y recién comenzaba.
Pero nada sucedió.
Llegué al café de la plaza, pedí un con
leche, lo tomé en la barra y me fui a casa.